EDITORIAL

Reinventarse

JESÚS SILVA

Se acercan días muy oscuros para México. Debemos aceptar que no hay escapatoria. Me temo que, si la voz más sensata del Gobierno nos advierte que estamos ante la última oportunidad es porque esta ya se nos ha ido de las manos. Habrá tiempo para hacer el recuento de errores e imprudencias. Ya llegará el momento para registrar las incoherencias y la irresponsabilidad de los políticos, los medios y también la nuestra, como vecinos. Hoy la urgencia es otra. Esforzarnos para que el golpe sea menos duradero, menos brutal, menos injusto. Ante la inminencia del desastre, machacar los yerros de los gobernantes resulta, más que un contrasentido, una especie de deserción. La emergencia nos llama a todos a cambiar de conversación. A tener los ojos puestos en el presente y en el prójimo. Necesitamos abandonar nuestras frases hechas, soltar la obsesión de nuestras antipatías, cuestionar nuestro prejuicio, reconocer que en esta hora de veras que se juegan vidas, libertades, sustento.

No sugiero, ni por asomo, docilidad. Nunca como ahora es indispensable la severidad crítica. Hemos de exigir verdad a quien habla y responsabilidad a quien actúa. No podemos hacer pausa en la exhibición de farsantes e incompetentes. Debemos combatir la necedad que nos conduce al precipicio, la demagogia que nos ofrece remedios sencillos, la evasión que cierra los ojos al cataclismo. Pero, sobre todo, hay que percatarnos de que la crisis que encaramos hoy es de un carácter radicalmente distinto a lo que enfrentábamos hace apenas unas horas. No estamos ante el descarrilamiento de un proyecto de Gobierno, ni el temprano fracaso de una administración. Lo que se precipita ante nosotros es una catástrofe sin precedentes en la historia contemporánea de México, el peligro de un colapso social. No creo estar exagerando. Serán semanas y meses caóticos y dolorosos. Vendrán luego años muy sombríos. Nos queda el consejo del protagonista de La peste de Albert Camus: "Puede parecer una idea ridícula, pero la única manera de combatir la plaga es la decencia".

El virus lo ha cambiado todo. No será una ventisca pasajera, una tormenta que azota, deja muertos y se va. No ha habido conmoción más grande para el orden político y económico global desde la Segunda Guerra. Un golpe que, al mismo tiempo, pone en jaque a la mundialización y nacionalismo, a la democracia y el régimen de libertades. El México que salga de la emergencia sanitaria poco tendrá que ver con el que recibió el 2020. Los planes de la administración, históricos para unos, absurdos para otros, han perdido sentido. El gobierno de Andrés Manuel López Obrador tiene que ser un gobierno para la emergencia. Si se soñó como el partero de la Cuarta Vida, hoy tiene que ajustar su misión histórica. Su Gobierno ha quedado irremediablemente sellado por la pandemia y la recesión que vendrá. No corresponde al gobernante el lujo del artista que escoge libremente asunto, material y tono. Al político le toca encarar la realidad que tiene en frente, no la que esperaba encontrar.

Porque esa realidad ha dado un vuelco profundo, debe haber un giro proporcional en su administración. Al terco le corresponde hoy ejercitarse en la virtud contraria: agilidad. Insistir es ahondar en el fracaso. Solo en la adaptación podría recuperarse sentido de liderazgo. Si hemos de juzgar por su biografía y sus reflejos recientes, la adaptación a la nueva realidad es improbable. Pero hoy es el día para enterrar al ideólogo de los ojos vendados y recuperar a aquel político que entendió su circunstancia.

La señal, a mi juicio, debe ser contundente. El gabinete de aparador que reclutó para la elección es a todas luces ineficaz. Un ejecutivo omnipresente y un Gobierno invisible, secretarios de ornamento, responsabilidades asignadas a capricho que nada tienen que ver con las facultades de ley. Ante el reto sanitario, económico y de gobernabilidad que se aproxima, parece urgente un ajuste profundo del equipo. La acción debe empatar con la palabra y la palabra debe despojarse de las inercias de su vieja guerra. El cuento de ayer no le habla al presente. Seguir maldiciendo el pasado y a los perversos de siempre, divagar con las lecciones elementales de la historia de bronce obstaculizará la comunicación y la acción necesaria. Si el gobierno no se reinventa, será cómplice y no atenuante de la catástrofe.

Escrito en: debe, realidad, ojos, Gobierno

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