EDITORIAL

El pelo en la sopa

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LUIS F. SALAZAR WOOLFOLK

La reunión de los presidentes Trump y López Obrador esta semana, debe ser vista en perspectiva histórica, evitando reducirla a las controvertidas personalidades de los participantes, puesto que ninguno de dichos personajes es ni el principio ni el fin de las relaciones entre ambos países. La entrada en vigor del Tratado México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) nos hace recordar la doctrina del Destino Manifiesto que se sintetiza en la frase América para los americanos, que se atribuye a James Monroe, quien fue el quinto presidente del vecino país entre los años 1817 a 1825.

En aquellos días el Estado federal surgido de las trece colonias, recién independizadas de Inglaterra, se propuso expandirse, y para ello desafió la presencia de Francia en la cuenca del Río Misisipi; de México recién independizado, en los territorios del sur y el lejano suroeste; y hasta de Rusia, que sostenía una presencia imperial en las remotas tierras de Alaska, y en otras áreas de lo que hoy es la costa del Pacífico en Canadá.

La doctrina del Destino Manifiesto fue planteada como la oposición de los Estados Unidos a lo que se consideró un riesgo de restauración del sistema colonial en América, con motivo del fortalecimiento de las monarquías europeas, que resultó del fin de las guerras napoleónicas. Los liberales de Hispanoamérica, incluido el libertador Simón Bolívar, fueron seducidos por dicha doctrina; abrazaron el modelo republicano y democrático de gobierno, pero no alcanzaron a dimensionar que los Estados Unidos se convertirían en poco tiempo en una nueva potencia con pretensiones imperiales que amenazaría la independencia de nuestros países.

Los alcances de cada uno de los imperios del futuro se están definiendo, y mientras la Unión Europea, Inglaterra, China y Rusia hacen su propia tarea, los países del T-MEC, México, Estados Unidos y Canadá, constituyen un crisol de razas y culturas que por vecindad geográfica, están llamados a buscar el destino que a tales países corresponde, en lo individual como entidades políticas independientes, y en su conjunto como aliados estratégicos. El objetivo no es fácil dada la asimetría de la relación, en la que participa el país que sigue siendo el más poderoso del mundo.

El tema prioritario en la agenda común es el migratorio, porque es el que atañe de manera esencial a la condición de la persona humana, en el escenario político y geográfico de que se trata. A ese respecto la reunión entre presidentes en comento, tiene como positivo antecedente la sentencia de la Suprema Corte de los Estados Unidos, que hace tres semanas bloqueó los intentos del Gobierno de Trump por echar abajo el programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia, que protege de la deportación a setecientos mil inmigrantes llamados soñadores, que sin haber nacido en el vecino país fueron llevados allá por sus padres.

El siguiente aspecto en importancia a considerar es el que concierne a los temas comercial y laboral contemplados en el T-MEC. En este punto, la entrada en vigor del T-MEC es digna de celebrarse, porque el acuerdo da continuidad a los lazos generados por el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, que operó como un importante motor de nuestra economía en los últimos veintiséis años.

El pelo en la sopa lo ofrece la actual política aislacionista de los Estados Unidos, que de un apoyo pleno al comercio global se ha replegado a los límites regionales. Dicha política afecta a nuestro país, y a ella obedecen decisiones equivocadas del Gobierno de López Obrador, como la cancelación del aeropuerto de Texcoco, que reduce nuestra comunicación con el resto del mundo; las regulaciones decretadas en materia de producción de energías verdes, que nos enfrenta con inversionistas europeos, y la suspensión definitiva de la fábrica de cerveza para exportación, de Constellation Brands en Mexicali.

Escrito en: Estados, Unidos, país, reunión

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