EDITORIAL

La flacidez de la crítica es un aliado peligroso

JULIO FAESLER

Cunde el desconcierto mundial. Faltan líderes en los gobernantes para extirpar corrupciones e instalar progresos compartidos. Véanse los casos de España, Francia, Alemania, Italia, Estados Unidos, Canadá, Colombia et caetera. También faltan dirigentes para poner un alto a las tragedias que han ocasionado las dictaduras en Venezuela y Nicaragua.

En México ya pasaron los primeros 100 días del líder que propone poner remedio a la gran cantidad de severas realidades que por tantas décadas no se atendieron. Desde luego que en el curso de los décadas que siguieron al triunfo de la Revolución hubo personalidades que advirtieron el gran número de tareas que había que realizar para que no se frustrara la enjundia del pueblo que rompió en 1910 el cerco de los "científicos" en 1910.

Figuras valiosas como José Vasconcelos, Manuel Gómez Morín, Daniel Cosío Villegas, Edmundo O'Gorman o Alfonso Reyes y otros más que trazaron rutas que el país debía tomar para edificar una nación fuerte, confiada en si misma y preparada para labrarse un próspero futuro. Lejos de esa meta estamos urgidos de reponer oportunidades desperdiciadas, remediar errores del pasado y actuar coordinadamente para avanzar hacia las metas que no se han alcanzado. Es imposible que las autoridades, por muy justamente electas que puedan ser, cumplan por sí solas esta tarea. Simplemente la inmensidad demográfica actual de México se los impide.

La ruta autárquica que ha escogido el presidente de la República, no augura éxito. La centralización de que ya se está instalando en todos los aspectos de la vida nacional no produce eficiencia sino, que por el contrario, una torpe burocratización que anula la confianza para atender, al lado de sus autoridades, toda la gama de tareas que esperan ser atendidas.

Si la estrategia es obliterar de un solo golpe maestro la corrupción hay que insistirle al presidente que ese método de ninguna manera construye la necesaria acción cívica. Su preocupante sello es el dictatorial que se sustenta en índices de popularidad que son precarios y que dependen de generosos programas sociales. El que las expresiones de inconformidad en los ámbitos intelectuales y económicos sean todavía flácidas es por el momento su engañoso aliado.

La principal preocupación de lo anterior es para el grupo en el poder. La prosperidad de México no se comprará con costosos programas sociales populares generosos sin tener todavía el sustento de la solvencia de la producción física agrícola e industrial que es la que dan los que trabajan en los campos y los talleres del país, que reúnen el 95% de la fuerza laboral del país y de las unidades de las micro, pequeñas y medianas unidades de producción.

El bienestar social tampoco se compra concentrando funciones en el aparato oficial. Así como el gobierno no está llamado a ser agricultor o industrial y las necesidades físicas del consumidor se cubren desde el sector el privado, siempre en coordinación con el gobierno, el caso es igual con las demás necesidades de la comunidad, a saber, la salud, educación y vivienda, que son fruto del mismo tipo de coordinación entre autoridades y prestadores de esos servicios "intangibles".

El salto a la prosperidad, confiado en programas de apoyo aun no sustentados en sólida producción es un riesgo justificado si se cuenta con la seguridad de programas bien diseñados de producción futura. Es aquí donde el arte del desarrollo consiste en articular ambos extremos que no se hace con lucidoras reuniones o grandes consejos institucionales. Ya son muchos los que le están advirtiendo al todavía recién inaugurado primer magistrado que, el cambio de paradigma de gobierno, por justo que se justifique, y con audaces decisiones que rompen fórmulas bien ensayadas que vienen operando, no transformarán al país si no se inspira la acción colectiva que urge. Lo que más hay que reprocharle al presidente de la República es su discurso acusador y divisivo en lugar de llamar a la unidad nacional que es lo que se requiere.

Hace años inteligencias patrióticas alentaron con frecuencia y oportunidad sobre los escollos del desarrollo. No se les hizo caso y el desastroso resultado es lo que constituye la tarea que enfrenta López Obrador. Más le vale prohibir los abucheos y citar a todos los mexicanos a la unidad.

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Escrito en: programas, todavía, México, país

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