EDITORIAL

Paradojas de la corrupción

Callejón de sombrereros

JAVIER GARCÍA

La de la corrupción es una historia vieja, cuyos orígenes pueden sospecharse antes de los tiempos de la fundación de Roma, de la antigua Grecia, de ciertos libros sagrados, y que no ha dejado de manifestarse cotidianamente en diversas geografías y bajo formas muy diferentes de gobierno como un sobreentendido que parece solucionar cuestiones inmediatas y propiciar males perdurables.

También persiste en conversaciones reiteradas en lugares varios como el café, la cantina, la calle, el taxi, el estadio de futbol, un match amistoso de tenis, el Hoyo 19. Y sin embargo, en esas conversaciones parece asimismo un sobreentendido que no requiere de mayores explicaciones ni de conjeturas circunstanciales; se habla de ello como una fatalidad ante la que sólo queda responder con una indignación resignada.

En uno de los textos publicados desde 1978 en periódicos y revistas y que terminaron por conformar el libro El poder corrompe, que acaba de editar Debate, Gabriel Zaid ha advertido que si "un historiador declara en un café que el problema de los problemas de México es la corrupción, nadie se sorprendería. Pero obsérvese bien: ¿No es sorprendente que esta afirmación no conduzca a historiar la corrupción? ¿No sería de esperarse que ocupara un lugar central en los trabajos de investigación? Curiosamente, no se ha escrito, por ejemplo, una historia de las fortunas presidenciales".

Sin puritanismo ni moralejas, sin furor ni escándalo, con una escritura simple y una ironía que agudiza sus observaciones y su pensamiento, como Chesterton, Zaid descubre paradojas reveladoras. Entre las que parece proponer, no es la menos provocadora aquella que sugiere que "así como San Pablo dice que la ley produce la falta (que sin la ley no lo sería), puede decirse que la burocracia produce la corrupción: al prohibir la actuación por cuenta propia, hace aparecer como corrupción lo que antes no lo era".

Zaid no desdeña las creencias comunes, que pueden deparar un principio de reflexión, aunque al detenerse en ellas demuestre que se reducen a lo más evidente e inmediato. Su lógica clara y contundentemente simple, sin rebuscamientos ni trampas laberínticas, lo conduce a comprender que la mordida (dexis en griego) no tiene que resultar necesariamente nefasta. "Hay que reconocer más sentido común y salud mental en muchos infractores de la ley", escribió en "La propiedad privada de las funciones públicas", uno de los textos del libro. "Ya no digamos por la multitud de casos que nunca funcionarían cumpliendo los supuestos requisitos. (Una forma de sabotaje en la burocracia consiste, precisamente, en apegarse estrictamente a las normas: obstruye mejor el engranaje burocrático que el cumplimiento burocrático)". En una sociedad no muy distinta de la que adivinaron obras como Metrópolis, de Fritz Lang y Thea von Harbou; Un mundo feliz, de Aldous Huxley; 1984, de George Orwell, en la que los consorcios y la burocracia inducen a los empleados a renunciar a su personalidad y sus ideas para responder maquinalmente a los intereses de la empresa o del Estado, "el particular que se arregla en lo particular con un 'oficial', lo vuelve humano, lo saca de la espantosa impersonalidad, se alía con él contra la máquina de la organización opresora y ciega a lo particular".

Esa paradoja no importa una defensa de la corrupción como "un mal necesario", sino que incita a Zaid a indagar su esencia por medio de la lógica que lo conduce a otra paradoja: "La mentira oficial no es consecuencia de la corrupción (para ocultarla): es su condición de origen. Un soberano premoderno, que se asume como tal, no miente: no es ni puede ser corrupto; no se apodera ocultamente de lo ajeno: dispone abiertamente de lo suyo. La corrupción empieza cuando miente y se declara moderno (republicano, demócrata, revolucionario, popular, socialista): mandatario de la voluntad popular, apoderado de la soberanía colectiva, mientras sigue disponiendo de todo como suyo, sin que pueda ser llamado a cuentas.

"A diferencia de otras simulaciones (que sirven para ocultar la corrupción tradicional), la mentira oficial no puede ser desmentida".

Gabriel Zaid, que alguna vez se propuso hacer una Enciclopedia de la mordida en México, comprende que, paradójicamente, el combate a la corrupción que procede de los gobiernos que deberían erradicarla, "tiene que ser emprendida por la sociedad desde abajo y desde afuera" y no deja de imaginar formas varias para emprender ese combate.

La paradoja no parece para Zaid un juego de la inteligencia ociosa, sino incitación al pensamiento lúdicamente riguroso. Sus escritos también importan una provocación subrepticia, amable y sin insidia.

Escrito en: corrupción, parece, Zaid, burocracia

Noticias relacionadas

EL SIGLO RECIENTES

+ Más leídas de EDITORIAL

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas