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Linchar en la web

El lado oscuro de las redes sociales

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MINERVA ANAID TURRIZA

Las redes sociales son ampliamente utilizadas en la actualidad, no sólo como una forma de entretenimiento entre jóvenes, sino que trasciende las edades, ya que cada vez es más común encontrar usuarios desde niños hasta adultos mayores. No obstante, la globalización ha traído consigo factores que, al menos para una parte de la sociedad, están completamente normalizados pero que vistos con un poco de atención distan de ser moralmente correctos.

Tal es el caso de la violencia que se vive día a día en redes sociales, donde lo más fácil es insultar a alguien desde el anonimato o incluso convertir a las personas en víctimas de ciberbullying o extorsión, ya sea por la amenaza de difundir contenidos de índole sexual o por alguna otra actividad. Justamente así es como nace lo que Ana María Olabuenaga llama “tribunales virtuales”, donde los usuarios son la máxima autoridad de justicia y son ellos quienes, según una moral muy puritana para la época, deciden lo que está bien y lo que está mal, y es ahí donde se instauran jueces, jurados e incluso verdugos, que sentencian y ejecutan de forma despiadada y cruel a los acusados, quienes puede que sean culpables, o no, quizá sólo hayan cometido un error o tal vez sean víctimas también. En estos tribunales, como en tantos otros, lo que menos importan son las pruebas; es mucho más atractivo especular, atender rumores o dejarse llevar por las apariencias y la primera impresión.

Las redes sociales son un espacio de convivencia que al menor descuido puede transformarse en un terreno de lo más peligroso, con una población mayormente anónima que puede tergiversar los hechos y condenar a personas que quizá son inocentes, convirtiéndose así en tribunales en los que la vida puede dar un terrible giro a causa de un error propio o por meras desacreditaciones. Es por esto por lo que se hablará un poco más a fondo de lo que Ana María Olabuenaga y otros expertos en el tema piensan sobre los juicios que se llevan a cabo en las redes sociales.

NAVEGAR EN LAS REDES

La mexicana Ana María Olabuenaga es licenciada en Comunicación. Además cuenta con estudios en Letras y Ciencias Políticas y una maestría en Sociología con especialización en Estudios Digitales. Así mismo, es la primera mujer en el Salón de la Fama de la Publicidad Iberoamericana; aunado a esto, ha sido reconocida por su relevancia en los negocios por revistas como Forbes, Expansión, Líderes y Mujer Ejecutiva.

El año pasado, editorial Paidós publicó su libro Linchamientos digitales, mismo que fue presentado en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2019. Es en ese texto que expone su concepción de las redes sociales como tribunales morales. Sin embargo, como la mayoría de las cosas en la vida, existen dos lados de la narrativa, que la convierten en un complejo claroscuro o traen a la mente el típico equilibrio representado por el yin y el yang.

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En su artículo intitulado “Las redes sociales pueden sacar lo peor de la gente”, la revista digital Sobrevivientes consigna que: “Para la autora, si bien las redes sociales pueden encumbrar causas y darle voz a quienes no la tienen, también pueden sacar lo peor de las personas, pues escudadas en el anonimato, la distancia y otros factores, los usuarios suelen plasmar todo el resentimiento, odio y enojo de lo más profundo de su ser en un mensaje sin nombre”.

La propia Ana María Olabuenaga explica esto en una entrevista con Héctor González del grupo Aristegui Noticias, en la que habla de las redes sociales calificándolas como malditas y benditas a la vez: “Benditas porque nos han dado la oportunidad de tener una conversación horizontal con cualquiera y nos han dado la posibilidad de visibilizar causas o temas. Malditas porque la fricción constante entre todos está colisionando todo lo que considerábamos que estaba bien puesto en el siglo XX, como la democracia, los partidos y la libertad de expresión”.

El ya mencionado libro Linchamientos digitales, comienza remontándose a uno de los casos más famosos y antiguos de justicia por propia mano, en la modalidad de linchamiento, de que se tenga noticia. Para ello hace un breve resumen de la trama de la obra teatral Fuenteovejuna, del escritor español Félix Lope de Vega y Carpio, más conocido como Lope de Vega a secas, misma que está basada en hechos reales que ocurrieron en 1476 en la localidad cordobesa Fuente Obejuna. Explica a detalle no sólo la trama sino la “subtrama”, es decir, los motivos políticos ocultos que probablemente son los que movieron los hilos que desembocaron en el linchamiento del comendador Fernán Gómez.

También en el primer capítulo se explora someramente el posible surgimiento de la palabra “linchamiento”, de aparición tardía y origen oscuro. Manfred Berg, en su estudio Justicia Popular, una historia del linchamiento en América, define a esa acción como: “[…] un castigo extralegal cometido por un grupo de personas que se reconocen como los representantes de los deseos de una comunidad y que actúan con la expectativa de impunidad. Hasta la mitad del siglo XIX el término no necesariamente significaba la muerte de las víctimas. El término también se refiere a formas no letales de castigo como los latigazos, enlodamiento y emplumado”.

Linchamientos digitales constituye una interesante investigación que presenta y analiza una serie de casos verídicos ocurridos en las redes sociales, donde un tropel de usuarios participó ejerciendo como verdugos morales, atacando directamente a las víctimas.

Un ejemplo de esto es el caso de Laura Karen Espíndola, joven madre quien denunció, en primera instancia, ser víctima de una agresión a bordo de un taxi, evento que se hizo viral en cuestión de minutos y que contó con el apoyo genuino de miles de usuarios. Sin embargo, horas después de la denuncia, se dio a conocer que la joven pasó gran parte del tiempo, en el que se le consideró desaparecida, al interior de un bar, situación que cambió radicalmente el apoyo por reproches y recriminación.

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LA PÓLVORA QUE ESPERA UNA CHISPA

Por un lado, las redes sociales tienen características increíbles: pueden conseguir que alguien desconocido se haga famoso de un día para otro gracias a un video viral, además logran que algunas causas o personas que no tenían ese foro puedan dar a conocer su mensaje. Por el otro lado, sacan la peor parte de la sociedad. Una de las cosas que más se explotan en estas actividades es que en la mayor parte de las redes sociales es posible mandar mensajes en total anonimato, lo que crea distancia entre los usuarios. Los victimarios a menudo sienten que, puesto que no están interactuando cara a cara con una persona a la que ven en la “realidad”, lo que dicen es mucho menos grave y prácticamente no tendrá consecuencia alguna en el mundo real; por esas razones tienden a ser tan hirientes y constantes que afectan a las víctimas emocionalmente.

¿Cuáles son los factores que llevan al linchamiento digital? ¿Qué lo detona? ¿Cómo se cocinan estos hechos? El punto de partida es la existencia de un juicio moral, la noción de tener claro qué está bien y qué está mal, sin lugar a dudas, sin áreas grises y con la seguridad de que la única noción correcta de bien y mal es la que acomoda a nuestra moral. Sigue imponerla y utilizarla como medida y rasero en los nuevos tribunales digitales, los que hemos creado todos, y en los que todos podemos ser juzgados. Este es el tribunal que decide, caso por caso, una y otra vez, lo correcto y lo reprobable para la sociedad en su conjunto.

Este extraño universo está conformado por dos grupos principales. En un extremo están quienes ejercen la violencia, los que se erigen en jueces y verdugos, quienes deciden perseguir la afrenta de turno, lo que sea que consideren que es un mal para todos. En el otro lado están los linchados, personas, sólo personas, quizá realmente estén en falta, cometieran un error o hicieran algún comentario polémico, inapropiado, etcétera. La cosa es que todo lo anterior puede ser falso. La realidad es que, en última instancia, eso es de lo más irrelevante en los linchamientos. A los provocadores, a quienes recorren las calles virtuales llevando sus antorchas, agrupando y agitando a su turba digital a través de fotografías, tweets, comentarios, likes y demás, no les interesa en lo más mínimo comprobar los hechos antes de desatar el infierno.

EL PAPEL DE TWITTER

En entrevista para un programa a nivel nacional, Ana María Olabuenaga menciona que Twitter “se ha convertido en un tribunal digital, donde algunos toman un caso, lo arropan y dicen: ‘Miren, tengo esto, decidan si vive o muere, acaben con él o no’”. Además, señaló que ahí se toman decisiones conjuntas, donde la mayoría es la que finalmente impone su voluntad. A este proceso le denomina “democratización” y en este contexto no tiene connotaciones tan positivas como suele ser.

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Sin embargo, de acuerdo a Olabuenaga, la “democratización” no se da de manera aislada, sino que está expandiéndose y llegando a extremos cada vez más indeseables, tanto que es posible detectar una hiperdemocracia, donde “pequeños poderes terminan por imponerse en instituciones y se vuelve ‘una tiranía de las mayorías’; se imponen estos micropoderes a una marca, a una institución o a gobiernos”.

Así mismo, en entrevista para la revista Zócalo, al respecto de su libro, Ana María Olabuenaga comenta que este tribunal digital es un hecho bastante curioso ya que se rige bajo “una moral con características muy puritanas. Lo contradictorio y paradójico es que las redes sociales están llenas de gente muy joven, con promedio de edad de 30 años. Sin embargo, existe esta búsqueda de castigo a cuestiones penadas en la antigüedad y consideradas ‘delitos’, como la infidelidad o temas que se pensarían fuera del debate actual, pero que en las redes siguen vigentes”.

Por otro lado, equipara a Twitter con un tribunal real, en el que no está permitido salir y decir sencillamente “perdón, me equivoqué”. No funciona de esa forma, una vez llegados ahí ya no es tiempo para esas cuestiones, puesto que es el máximo poder: una vez que ya ha sentenciado y dictado condena, no hay mucho más que hacer. Cuando se traspasa cierto umbral, ya no hay espacio para ir más allá de los hechos que se muestran bajo la bruma de las verdades a medias, de aquellos sucesos que bien pueden ser verdad o no.

Según un estudio de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), poco más de 83 millones de mexicanos usan redes sociales. Si unimos ese dato a la siguiente declaración de Olabuenaga: “La inmediatez de la tecnología, que la gente esté viendo su time line tan rápido, no deja construir compasión, no hay tiempo de reflexión, si hubiera esa oportunidad de repensar qué es lo que voy a postear habría un pedazo, un poco de compasión”; podemos empezar a comprender la gravedad y la escalada del problema.

Sí, no cabe duda que el uso de redes sociales va en aumento y efectivamente otorgan la ilusión de acceder y ejercer cierto tipo de poder, en parte por eso son cada vez más populares. Como manifestó la publicista en entrevista para Aristegui Noticias: “nos hacen sentir importantes y nos dan reputación. En promedio, nos relacionamos en el mundo real con cuarenta y cinco personas, entre familia, amigos y trabajo. Una cuenta de Twitter tiene como media 700 seguidores, es decir, tienes un auditorio completo esperando a que los entretengas con tus comentarios. Sí hay un elemento de reputación y eso es de un poder simbólico importante. Incluso, tu posición en redes puede darte una mejor posición laboral”.

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Así mismo, en su entrevista con la revista Zócalo, añade que: “En la actualidad todo parece ser motivo para indignarnos. Somos demasiados lanzando piedras y eso no lo soporta ni un edificio. Según especialistas cada 15 segundos nace un nuevo integrante de las redes sociales, somos miles de millones lanzando piedras y tenemos que hacer mella tarde o temprano. Existen causas no resueltas que despiertan las entrañas digitales, como la discriminación, el mestizaje y las cuestiones de género. Temas tan básicos y simples que no han tenido solución ni salida. Es evidente el ruido que existe al interior de las redes, podemos percibirlo cada que entramos a ellas. Parece no tener solución lo político e ideológico, y a esto se han sumado las demás causas colmando de encono la discusión”.

Muchos linchamientos digitales han comenzado a partir del uso de diversos hashtags (etiquetas) en la plataforma Twitter, una de las redes sociales más populares actualmente, que rápidamente se han viralizado con diversas consecuencias, físicas y psicológicas.

MUJERES Y LINCHAMIENTO DIGITAL

La violencia digital afecta indiscriminadamente a todos los ciudadanos, ningún sector social está a salvo. De acuerdo a Raiza Valda, responsable de estrategia digital de la plataforma de feminicidios Cuántas Más, los grupos más vulnerables son las mujeres, los cibernautas más jóvenes y la comunidad LGBT. Además, afirma que “el riesgo está en la sobrexposición de la información que nosotros mismos brindamos. A partir de la actividad que tenemos en Internet, dejamos un rastro que no se borra”.

Precisamente, la Fundación Cuántas Más identificó al menos 12 tipos de violencia digital por comportamientos de riesgo que impiden tener control sobre el uso de la información que expone cada usuario en las redes sociales. Entre los que destacan ciberacoso, grooming, phishing, sextorsión, craking y ciberbullying.

Un caso que evidencia la violencia cibernética que atosiga a las nuevas comunidades, especialmente a las mujeres, es el caso de Tiziana Cantone, quien había luchado durante meses para que se retirara de Internet un video en el que se la veía manteniendo relaciones sexuales. Sin embargo, las imágenes nunca dejaron de estar disponibles en la red, siendo vistas por cientos de miles de cibernautas en páginas de pornografía y dando incluso pie a parodias referentes al video. Tiziana había enviado el video de contenido sexual a su exnovio y a otras tres personas, quienes lo publicaron en las redes, donde se hizo viral al verlo más de un millón de usuarios, lo que convirtió inmediatamente a la joven en objeto de burlas e insultos.

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Por su parte, la chica italiana decidió llevar el caso frente a un tribunal, en un caso judicial, donde Tiziana ganó el "derecho a ser olvidada" y se ordenó que el video fuera eliminado de varios sitios y buscadores, incluyendo Facebook. No obstante, también se le ordenó pagar 20 mil euros (aproximadamente 22 mil 500 dólares) por los costos legales, sanción que los medios locales calificaron como un "insulto final". Después de esto, Tiziana incluso decidió cambiar de nombre y trató de empezar una nueva vida, pero este episodio de su pasado seguía persiguiéndola.

Finalmente, la joven de treinta y un años se suicidó en la casa de una tía en Mugnano, el 13 de septiembre de 2016. Pese a su muerte, el caso continuó, ya que se interpuso una demanda contra los cuatro jóvenes que difundieron el video. Al final, la Audiencia de Nápoles consideró que los cuatro acusados de difundir las imágenes no eran responsables de la muerte de Tiziana.

Este es sólo un ejemplo de cómo la violencia virtual contra las mujeres termina por reducirlas a simples objetos que, según la moral de las redes sociales, se merecen lo que les sucede por el simple hecho de ejercer su sexualidad, algo que sus parejas o incluso desconocidos aprovechan para violentarlas, ya sea mediante extorsiones o difundiendo videos íntimos como una forma de venganza (revenge porn, porno de venganza, es un término que se usa con frecuencia para describir estas acciones). No es raro que este tipo de casos culminen en el suicidio de las mujeres atacadas.

ACUSACIONES DE VIOLACIÓN

En cuanto el tribunal superior de redes sociales recibe un caso, comienza un proceso de desacreditación hacia la persona acusada. En seguida aparecen mensajes cargados de odio, en los cuales los usuarios no escatiman en volcar toda su capacidad para dañar. Sucede tratándose de las cosas más triviales, como deportes o las entregas de premios. Al anunciarse los resultados, un sector importante de los fans que apoyaban al bando perdedor rápidamente lanzan oleadas de mensajes difamatorios, ofensivos y violentos en contra del ganador.

El patrón se repite en asuntos mucho más serios. Recientemente estalló un movimiento virtual internacional de denuncia conocido como #MeToo, (la etiqueta YoTambién, su traducción a lengua española, también fue utilizada) donde los usuarios de redes sociales, inicial y principalmente mujeres (aunque no exclusivamente), hacían públicas sus experiencias como víctimas de acoso y otras agresiones de índole sexual. Rápidamente se crearon distintos hashtags que buscaban visibilizar el acoso en ciertos círculos específicos #MeTooAcadémicosMexicanos, #MeTooEscritoresMexicanos, etcétera. Dentro del #MeTooMúsicosMexicanos, en el que los usuarios podían denunciar agresiones ocurridas en cualquier esfera de la industria musical, ocurrió un caso tristemente célebre.

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El detonante fue un tweet en el que una mujer refería un abuso sexual cometido en su contra, cuando ella tenía 13 años, por Armando Vega Gil, uno de los fundadores de la banda de rock mexicana Botellita de Jerez. Poco después, Vega Gil publicó, también en Twitter, el siguiente mensaje: "No se culpe a nadie de mi muerte: es un suicidio, una decisión voluntaria, consciente, libre y personal. #MeeToMusicosMexicanos". Su réplica fue posteada horas antes de que se suicidara y se adjuntaba una carta en la que hablaba de lo ocurrido: […] “Bien, lo afirmo categóricamente, dicha acusación es falsa. Soy una persona pública y constantemente recibo gente, muchas menores de edad, en mi casa para entrevistas, talleres, o simplemente en charlas con algunas de estas muchachas y muchachos que siguen mi carrera […] Uno de mis oficios más importantes es escribir y cantar para chicos, además, soy padre de familia. Siempre me he esforzado por la defensa a los derechos universales de los niños, estoy en contra de su explotación y maltrato, del abuso físico y sicológico contra ellos, y con mi quehacer de músico y escritor trato de alegrarles sus vidas. Trabajo con asociaciones humanitarias para ayuda en desastres naturales y para hacer fondeos para niñas y niños sin recursos para sus tratamientos […] Debo aclarar que mi muerte no es una confesión de culpabilidad, todo lo contrario, es una radical declaración de inocencia […] La única salida que veo frente a mí es la del suicidio, así que me decido por ella […]”, se puede leer en el texto que el artista colgó en Twitter.

Dentro del contenido de la carta cabe destacar otro fragmento que le da la razón a Ana María Olabuenaga: una vez dictada la sentencia, no hay vuelta atrás: “En fin, es un hecho que perderé mis trabajos, pues todos ellos se construyen sobre mi credibilidad pública. Mi vida está detenida, no hay salida. Sé que en redes no tengo manera de abogar por mí, cualquier cosa que diga será usada en mi contra, y esto es una realidad que ha ganado su derecho en el mundo, pues las mujeres, aplastadas por el miedo y la amenaza, son las principales víctimas de nuestro mundo”.

Sin saber a ciencia cierta si las acusaciones son verídicas o no, y en el caso de Vega Gil parece que nunca lo sabremos, pueden llevar a quienes son señalados a finales lamentables, causados por las constantes expresiones de odio y el hostigamiento virtual por parte de usuarios de redes. La presión puede ser tanta que les orille a tomar medidas extremas como el suicidio.

REDES Y LIBERTAD DE EXPRESIÓN

Un gran foco rojo de alarma que a menudo sale a colación en estos temas es el miedo a que se restrinja la libertad de expresión en las redes sociales, un sitio donde generalmente todos hablan de una u otra cosa como les plazca, sin tapujos ni consideraciones, cosa a la que es fácil acostumbrarse.

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Quizás algo así fue lo que le sucedió a Nicolás Alvarado, exdirector general de TV UNAM y columnista de un medio con proyección nacional, quien tras la muerte del cantautor mexicano Juan Gabriel, escribió una columna llamada “No me gusta ‘Juanga’ (lo que le viene guango)” en la que señalaba que no le gustaba el artista. Sin embargo, lo hizo expresándose en los siguientes términos: “como uno de los letristas más torpes y chambones en la historia de la música popular, todo sintaxis forzada, prosodia torturada y figuras de estilo que oscilan entre el lugar común y el absurdo”. Además, casi al final de su columna concluye “me irritan sus lentejuelas no por jotas sino por nacas, su histeria no por melodramática sino por elemental, su sintaxis no por poco literaria sino por iletrada”.

Este hecho marcó el inicio de una oleada de odio hacia Nicolás Alvarado. Esta vez la historia no terminó con su muerte, como en los casos anteriores, pero sí en la pérdida de su trabajo. También hubo quienes eligieron ver esta secuencia como una manifestación de censura y ataque a la libertad de expresión, ya que Alvarado deja claro en su columna que sus problemas con el cantante son a causa de su clasismo y que son enteramente opiniones suyas.

Por su parte, Ana María Olabuenaga ha manifestado que la libertad de expresión por el momento está regulada y limitada por marcos legales. Mientras no se atente contra los derechos de otras personas, todo está bien, hasta ahí llega la libertad de expresión; y reflexiona: ¿Los estamos entendiendo así? No. ¿Lo estamos ejerciendo de esa manera? No.

EL COMBATE

En entrevista con Expansión Política, Olabuenaga habla al respecto de las regulaciones encaminadas a enfrentar el creciente problema de los linchamientos digitales, señalando lo siguiente: “No hemos encontrado todavía cómo normar nuestras relaciones en este mundo. Va a llegar el momento (creo yo) en el que el desbordamiento que estamos viviendo sea tan grande que vamos a tener que llegar a ello. Vamos a tener que hablarlo y vamos a tener que ponernos de acuerdo y a tener que firmar un nuevo contrato social. Eso creo va a suceder antes de lo que todos imaginamos, pero todavía no”.

Además, en la misma entrevista habla acerca del papel que deben tener las autoridades ante los linchamientos digitales, mencionando que uno de los principales problemas radica justo ahí, en que las autoridades tienen menos alcance para atender este tipo de situaciones de lo que suele creerse. Y esto no es algo exclusivo de México, Latinoamérica o el tercer mundo, pues a nivel global los gobiernos no están muy preparados. Quizá porque tanto el uso de Internet como el surgimiento y popularización de las redes sociales son un fenómeno más bien reciente, las legislaciones no están a la par.

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Otro factor que señala es que uno de los blancos de ataque favoritos de los usuarios son justamente las instancias gubernamentales: “entonces, tampoco es que vayamos a respetar en redes lo que digan los gobiernos”. Las masas enfurecidas, las turbas tienen poder desde siempre, su injerencia en el curso de los acontecimientos es real y pueden alterar destinos. En opinión de la comunicóloga, la turba digital no es diferente, y es necesario que las instituciones oficiales, empresas y partidos respeten leyes y derechos sin dejarse manipular por el linchamiento en turno.

En definitiva, aunque es un asunto complejo y no hay una solución a la vista o a corto plazo, cada vez es más urgente replantear las estrategias de convivencia en el ciberespacio. Es probable que sea necesario diseñar regulaciones efectivas para las redes sociales.

Los expertos señalan que la mejor forma de combatir estos problemas es la prevención. Informarse sobre el uso de los dispositivos digitales y ayudar a los menores de edad a gestionar su uso, no prohibirlo. Recomiendan conocer los medios digitales para ayudar a los jóvenes y niños a formarse un criterio propio en cuanto a los contenidos que ofrece Internet. Además, establecer horarios y límites de tiempo en los que usan el móvil y la computadora, utilizar programas de control parental para mantener un monitoreo sobre las cuentas de los menores y el buscador, así como inculcar una cultura de protección y conciencia acerca de la información y las imágenes personales que comparte en las redes sociales y otros sitios web.

En la actualidad resulta más que evidente el impacto que tienen las redes sociales en la vida de las personas y que pueden llegar a afectar para siempre el porvenir de los individuos. Es por esto que resulta importante abogar por una cultura de convivencia armónica y una reglamentación donde se comprenda que las legislaciones deben enfocarse en la violencia virtual, para que nadie más tome salidas extremas, que nadie tenga que decir, como Armando Vega Gil: “Más vale un final terrible que un terror que no tiene final”. Es urgente que las violencias ejercidas cibernéticamente se contrarresten con leyes que castiguen a los responsables de las ondas masivas de presión social contra las víctimas, no para que se violente la libertad de expresión de los usuarios, sino para que se proteja legalmente la seguridad física y emocional de los mismos.

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