EDITORIAL

Esto tiene que cambiar

Urbe y orbe

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

Si a estas alturas es absurdo creer que se puede volver a la "normalidad" de antes de la pandemia, enfocar acciones y políticas en ello es francamente estúpido. El COVID-19 ya ha cambiado al mundo, aunque todavía es muy pronto para identificar todos los cambios y la profundidad de los mismos. Estamos en medio del acontecimiento; esta historia se está construyendo. No obstante, sentarnos a esperar a que los cambios ocurran por sí solos o motivados por la reacción a la pandemia y las inercias que empuja es tan estúpido como pensar que tras la tormenta volveremos a la "calma" de hace unos meses. Nuestro futuro depende de qué tantas de las aberraciones del pasado que nos han conducido hasta este presente podamos corregir. Empecemos, pues, por identificar esas aberraciones, todo aquello que definitivamente tiene que cambiar si queremos un mundo menos frágil como el de hoy. Sin afán exhaustivo ni concluyente, aquí propongo algunas.

Nuestro mundo global ha hecho de la competencia el paradigma. Prácticamente todo el progreso concebido por la visión dominante del capitalismo-blanco-masculino gira en torno a la competencia entre individuos, empresas y estados. Sería obtuso negar que esta competencia ha reportado beneficios sociales: la mayor parte de los inventos que han resuelto problemas prácticos de muchas sociedades son producto de esta visión. Pero también sería necio obviar las dinámicas tóxicas que ha generado esta concepción particular del progreso. El individualismo extremo, la violencia sistemática, la desigualdad creciente, la concentración de riqueza, la exclusividad de ciertos avances, la discriminación racista, clasista y sexista, y la sobreexplotación de recursos naturales, son producto de haber colocado a la competencia en el centro de las relaciones humanas y sociales. Esto nos ha llevado a la devaluación de la colaboración, al aumento del recelo entre personas, grupos y naciones, y a la ruptura de los mecanismos de cooperación. Si hoy el mundo no tiene una estrategia global de prevención y atención a pandemias como la que vivimos es, en buena parte, por haber puesto el énfasis en la competencia sacrificando la colaboración. Resulta sintomático ver que incluso la búsqueda de la vacuna contra el COVID-19 se da dentro del marco de la disputa y no de la cooperación internacional. Esto tiene que cambiar.

Una de las comunidades más colaborativas desde hace siglos es la científica. Los avances en medicina, química y física se han dado gracias a la capacidad y disposición de distribución y acumulación de conocimiento entre investigadores, filósofos y académicos. No obstante, de un tiempo para acá ha proliferado la práctica populista y facciosa de la política que ha impactado severamente al desarrollo científico. La lógica de competencia neoimperialista impone restricciones al intercambio de conocimiento a la par de que se recortan los presupuestos para la socialización de los avances científicos en beneficio de toda la humanidad, mientras se robustece el gasto en armamentos, es decir, capacidad destructiva. Hay que agregar el creciente auge de la propagación de mentiras flagrantes que socavan la credibilidad en el avance de las ciencias y complican la ejecución de programas que ayuden a prevenir pandemias, hambrunas y otros desastres humanitarios que golpean principalmente a las poblaciones con menos recursos. La imparable pandemia que azota hoy al mundo es clara muestra de ello. No es aventurado decir que el número de muertos producto de estos desastres tiene una explicación en la falta de inversión suficiente en la socialización de los avances científicos, principalmente en salud pública. Esto tiene que cambiar.

En la actualidad, nos enfrentamos a una paradoja: estamos más conectados que nunca, pero vivimos en una de las épocas de mayor confusión y egoísmo de nuestra historia reciente. Y esto tiene que ver con que el crecimiento y la propagación de las tecnologías de la información no han ido acompañados de una mayor y mejor educación ética, científica y digital. Saber usar un móvil, tableta u ordenador portátil o personal no quiere decir saber "dónde picarle". Esta visión es completamente insuficiente. Se requiere de una formación que abarque el hacer un buen uso de estas tecnologías, saber identificar la utilización nociva de las mismas y sus riesgos, y evitar la propagación de mentiras y teorías de la conspiración que solo abonan al miedo y la desinformación. En la media en que las tareas cotidianas y los procesos económicos y sociales se están digitalizando en medio de la pandemia, resulta imperativo establecer una cultura informática que contemple la seguridad, el uso responsable y el análisis crítico de lo que ocurre en el ciberespacio. Esta es hoy una de las principales fragilidades de nuestro mundo y estamos haciendo muy poco para enfrentarla. La manipulación política, la polarización, la vulnerabilidad y la criminalidad virtual son realidades cada vez más comunes. Esto tiene que cambiar.

Con la pandemia ha quedado clara también la necesidad de fortalecer las instituciones de los estados democráticos o que aspiran a serlo. Solo a través de políticas públicas institucionales se puede hacer frente a los grandes desafíos sociales. La visión individualista del sálvense quien pueda solo nos llevará al colapso social. Un estado que no puede garantizar un piso razonable de seguridad, salud y bienestar social, es un estado inútil para los ciudadanos. Un gobernante que no contribuye a las capacidades institucionales de brindar esa seguridad, salud y bienestar, es un gobernante que no sirve al estado. Perola visión del progreso de las sociedades a partir de las capacidades estatales debe modificarse también. Porque la urbanización depredadora de ecosistemas, con hacinamiento de grandes grupos de población y explotación masiva e intensiva de especies animales ha contribuido a la aparición y propagación de enfermedades infecciosas de origen zoonótico, como el propio COVID-19. Esto también tiene que cambiar. La apuesta del presente debe ser por la calidad del futuro al que aspiramos como integrantes de un mundo que nos esforzamos en comprender, transformar y explotar, pero muy poco en saber convivir con él de forma equilibrada.

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