EDITORIAL

China-EUA, enfrentamiento que se acelera

MAURICIO MESCHOULAM

Estamos viviendo los momentos más complicados del enfrentamiento entre China y Estados Unidos en décadas. Al respecto, destaco tres elementos: esta confrontación preexiste al COVID-19 y lo rebasará; el virus, no obstante, está acelerando esa dinámica, y en medio de la pandemia el país asiático parece estar adquiriendo una ventaja relativa en la rivalidad.

Sin embargo, hay que decir que todo en este momento es muy volátil. El brote de la enfermedad no ha concluido, está lejos de ello y, por tanto, aún es difícil extraer conclusiones. Además, es imposible efectuar este tipo de análisis sin considerar el grado de asociación que hay entre las economía de ambas naciones.

A veces pareciera que simplemente por decreto se puede desaparecer esta interdependencia tejida a lo largo de décadas sin entender bien que hoy, y probablemente por mucho tiempo más, lo que impacta a cualquiera de las dos superpotencias, ineludiblemente afecta a la otra. Dicho lo anterior, es un hecho que estamos ante una espiral conflictiva en aceleración.

Detrás de esa espiral tenemos a dos grandes potencias en competencia, una de ellas, el poder existente; la segunda, el emergente. La cuestión es que el primero, Estados Unidos, está siendo percibido por sus rivales como en decadencia, o cuando menos, en repliegue. Esto produce vacíos que esas partes buscan rápidamente llenar. Estas circunstancias no se limitan a la gestión del presidente Donald Trump, le preceden y le sobrevivirán.

Ahora bien, desde mucho antes de la crisis actual, la rivalidad Washington-Beijing se ha venido manifestando en distintos ámbitos como una feroz ciberguerra, un conflicto informativo, una carrera tecnológica y armamentista, roces y desafíos mutuos en zonas disputadas en los mares colindantes con China, así como la competencia y pugna por espacios de influencia política y económica en distintas partes del globo.

Estos elementos de choque se acentuaron con la administración de Trump, añadiéndose ahora otros, como la guerra comercial y la cruzada contra Huawei y la red 5G, lo que ha intensificado una dinámica conflictiva que pareciera cobrar vida propia: a cada acción corresponde una reacción de la contraparte.

Y entonces llegó el coronavirus...

En las primeras semanas de la pandemia prevaleció la impresión de que China resultaría considerablemente debilitada. Su economía se paró en seco. La sociedad de ese territorio, frustrada con sus autoridades por los manejos de la información y la crisis, protagonizó una especie de revuelta digital que cuestionaba el liderazgo del Partido Comunista. El año 2020 iniciaba con Beijing en posición de desventaja.

Sin embargo, a medida de que las semanas fueron transcurriendo, los papeles cambiaron. Esa nación pudo contener la epidemia, inició la reactivación de su economía, y su líder, Xi Jinping, aprovechó el momento para lanzar una cruzada nacionalista que fortalecería su liderazgo.

Mientras, asistido por una errática e ineficaz gestión de la emergencia sanitaria, el virus hizo presa de Estados Unidos mucho más severamente que en otro país industrializado.

Sumido en sus crisis combinadas, Trump se vio forzado a construir una narrativa que culpaba a China de sus males, pero la realidad es que esa situación resultó en un entorno perfecto para acelerar la dinámica conflictiva señalada: se incrementó en Beijing la sensación del vacío percibido y, por tanto, del surgimiento de una serie de oportunidades que no se podían desaprovechar.

A lo largo de pocas semanas China dio pasos como estos: (a) ideó y puso en marcha una nueva ley de seguridad en Hong Kong para acabar con el movimiento de protestas masivas en esa ciudad; (b) se confrontó con tropas indias en varias zonas disputadas por ambos países ocasionando los primeros muertos por ese conflicto en décadas; (c) submarinos chinos navegaron por zonas disputadas con Japón generando tensiones con Tokio; (d) incrementó su actividad militar en cielos y mares de Taiwán, y (e) aumentó sus operaciones en sus mares del sur en áreas peleadas, estableciendo dos nuevos distritos en esos mares, hundiendo un barco pesquero de Vietnam, acosando a un buque petrolero de Malasia y aumentando los patrullajes aéreos en la región.

Estas acciones no pueden ser revisadas de manera aislada, sino como parte de la dinámica descrita, la cual, por supuesto, va provocando reacciones. La Casa Blanca busca producir justamente la imagen contraria a su supuesta debilidad: el Departamento de Estado ya "descertificó" la autonomía de Hong Kong; el Tesoro ha iniciado con las primeras sanciones en contra del territorio, y Washington redobla su guerra tecnológica yéndose ahora contra aplicaciones como TikTok, cuya compañía creadora tiene sede en China.

Trump ha suspendido la posibilidad de detener su guerra comercial contra China. Del lado militar, Estados Unidos está aumentando las expediciones para desafiar el control del país asiático de sus mares colindantes.

Del lado armamentista, mantiene su posición de retirarse de los acuerdos de control de armas hasta que esa nación no esté incluida en ellos. Desde lo político, el mandatario mantiene su ofensiva contra Beijing culpándola de ser la causante de la pandemia; se lanzó contra la Organización Mundial de la Salud, a la que acusó de estar infiltrada por China; cerró el consulado de ese país en Houston y está aumentando las restricciones a la entrada de sus ciudadanos a Estados Unidos.

Las reacciones no se limitan a esas dos naciones. Los países europeos han tenido sus propias disputas diplomáticas con China. Reino Unido parece estarse alineando con Washington en su guerra contra Huawei. Australia ha anunciado que lanzará un programa de misiles balísticos y efectuará ejercicios militares conjuntos con la India.

De su lado, China reactivó conversaciones con Nueva Delhi -que ha sido uno de los mayores blancos de esta gestión de la Casa Blanca- para retomar un acuerdo que no sólo favorecerá un enorme flujo de inversiones y comercio entre Beijing y Teherán, permitiendo a Irán esquivar las sanciones estadounidenses, sino que podría detonar una colaboración militar entre ambos rivales de Washington.

Por último, nada de esto significa que mañana estallará una confrontación militar entre las dos potencias. Estamos ante un proceso de largo plazo, una rivalidad estructural que parece ser acelerada por el COVID19.

Sin embargo, hay que comprender muy bien los riesgos: el mayor consiste en la activación y alimentación de una espiral conflictiva que cada vez va escalando hacia niveles superiores y esferas de choque potencial. Además, bajo las circunstancias actuales, uno de los dos rivales, China, se autopercibe lo suficientemente fortalecida como para dar pasos decisivos que desafían a su contraparte o a sus aliados y vecinos, mientras que el otro, Estados Unidos, seguirá tomando sus propias medidas para tratar de demostrar que, pese a sus actuales predicamentos, se mantiene como el poder hegemónico que ha sido durante el último siglo.

Escrito en: Estados, China, mares, conflictiva

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