EDITORIAL

Ni remotamente su amigo

No hagas cosas buenas...

ENRIQUE IRAZOQUI

Dentro de cinco días a partir de hoy, habrá terminado cuatrienio de escándalos en lo político, en lo discursivo, pero que en lo económico sin duda alguna entrega buenas cuentas.

La administración del magnate Donald Trump llega anticipadamente a su final si se toma en cuenta que el todavía presidente de los Estados Unidos no logró lo que sí habían conseguido sus tres antecesores inmediatos. Tanto el demócrata Bill Clinton en los noventa como el republicano George W. Bush, quien tuvo que enfrentarse al atentado terrorista más grande de la historia en aquel distante 11 de septiembre del 2001, y Barack Obama. Este último cierra la lista de los tres expresidentes que, contrario al señor Trump, sí lograron reelegirse y, por lo tanto, prolongaron sus respectivas presidencias cuatro años más.

Como tantos ríos de tinta se han gastado, Donald Trump llegó a convertirse en presidente de la primera superpotencia mundial leyendo y aprovechando con gran inteligencia los sentimientos elementales de una mayoría étnica (de piel blanca) que, contrario a lo que se pueda pensar, es tremendamente ignorante en su gran mayoría, por lo que no le fue difícil al hoy casi expresidente aprovechar esos resentimientos, miedos y hasta rústicos sentimientos de superioridad étnica, y una acendrada cultura xenofóbica en las capas sociales de menor capacidad cultural.

Con esos elementos en la mesa, Trump, un hombre sin duda, desde su perspectiva, enormemente exitoso, ha conseguido en su vida lo que él ha querido. La presidencia de los Estados Unidos siempre estuvo en su mente por décadas y la ocupó cuando las circunstancias se lo permitieron.

Con esto quiero decir que el actual inquilino de la Casa Blanca puede ser muchas cosas, un patán, para no ir más lejos, pero nadie puede decir que es un patán tonto ni mucho menos. Es un ser exitosísimo que ha hecho lo que le ha venido en gana. Evidentemente él no tiene en su escala de prioridades el mínimo respeto por el prójimo, se limita a observar cuando no le queda de otra en la ley.

Con este preámbulo, mucho se ha dicho que existe una amistad y una fuerte empatía entre el presidente norteamericano y el primer mandatario mexicano, Andrés Manuel López Obrador; menuda estupidez.

No hay duda de que Donald Trump públicamente ha colmado en reiteradas ocasiones de elogios al presidente mexicano. Para no ir más lejos, en la última semana de su presidencia, el magnate hizo un viaje exprofeso a la frontera sur de su país para supervisar el dichoso muro fronterizo, una obra insignia de su campaña política, que consistía en culpar a los mexicanos que han hecho su vida allende el río Bravo como uno de los problemas principales de la vida norteamericana.

Criminales y violadores nos ha dicho Trump en reiteradas ocasiones al pueblo de México.

También en la andanada de argumentos sin sustento probatorio, pero con mucho efecto en las sensaciones en la gran masa blanca del pueblo norteamericano, Trump señaló que el Tratado de Libre Comercio norteamericano fue un acuerdo del que los mexicanos nos habíamos aprovechado de los gringos.

Hábil como lo es, y que no se le puede regatear, el saliente presidente la tenía fácil. Apretarnos a los pobres es muy sencillo cuando se está del lado de los poderosos. Por eso cuando llegó al poder, ordenar la renegociación del TLC era pan comido, máxime con la corrupción del lado mexicano; la administración de Peña Nieto estaba devastada por la corrupción que había carcomido su régimen.

Andrés Manuel López Obrador llegó al poder con una enorme legitimidad, y Trump ya estaba en la silla. ¿Qué hizo nuestro mandatario? Primero que nada, plegarse. Quizá no le quedaba de otra y es entendible y hasta se agradecen sus logros. Nadie le puede restar al presidente de México que supo evitar que su colega del norte hubiese ido más allá contra los mexicanos en aras de alimentar su ego.

Así entonces: ¿pudo Trump seguirnos fregando y Andrés Manuel, rindiéndose a sus deseos, lo evitó? Sí. Pero de ahí a que fueran tan amigos, personas tan disímbolas... A otro perro con ese hueso. Qué bueno por los Estados Unidos, por México y el mundo que perdió Trump. Nadie le puede escatimar al presidente Obrador (como equivocadamente lo llamó su homólogo rubio) que lo contuvo, pero no es amigo.

Escrito en: presidente, Trump, vida, Donald

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