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Cafés con animales exóticos proliferan en China

Desde mapaches hasta tarántulas

Cafés con animales exóticos proliferan en China

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EFE

Las cafeterías donde se puede jugar con perros y gatos son ya un clásico en las grandes ciudades de China. Tanto, que algunos establecimientos han decidido ir más allá e incorporar otros animales bastante menos comunes como patos, mapaches o incluso alpacas.

En la megalópolis oriental de Shanghái cada vez existen más cafés que tratan de atraer clientela con animales que, hasta ahora, solo se podían ver en zoos. Y no solo se trata de verlos tras una vitrina, sino de interactuar con ellos.

En su cafetería, situada en un centro comercial del norte de la ciudad, Xiao Qi, un hombre de 35 años, tiene más de un centenar de animales de 20 especies diferentes: desde gatos de raza hasta cerdos, pasando por chinchillas, conejos, tarántulas, serpientes, hurones o lagartos.

Pero las estrellas son una pareja de alpacas, un macho y una hembra -castrados para que no den "problemas"-, que atraen la atención de los más pequeños mientras pastan, ajenas, en un pequeño corral a la entrada del negocio.

Cada una, asegura su dueño, le costó unos 30.000 yuanes (unos 4.600 dólares o 3.900 euros).

Quien quiera tomarse un zumo y acariciar a una de ellas debe pedir cita con antelación y pagar una entrada de 88 yuanes (13,5 dólares, 11,4 euros), lo que da derecho a pasar un máximo de dos horas con los animales.

PAREJAS JÓVENES Y PADRES CON HIJOS

La mayoría de las cerca de 600 personas que cada mes vienen a esta peculiar cafetería son padres que llevan a sus hijos o parejas jóvenes, y los trabajadores les explican cómo tienen que tratar a cada animal.

Un trabajador enseñaba a una niña pequeña cómo sujetar a un hurón de las patas delanteras y hacerle dar volteretas, sin que el animal diese ninguna señal de resistirse o de estar incómodo.

"Normalmente la gente que viene es amante de los animales y los trata bien de por sí, pero si los tratan mal les explicamos cómo tienen que hacerlo", explica Xiao Qi, que asegura que ninguno de sus animales ha reaccionado de forma agresiva a la interacción con alguno de sus clientes.

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Eso sí, es difícil mantener la armonía entre tantas especies diferentes en un espacio tan reducido, y por eso han aprendido a no sacar a la vez a los animales que se llevan mal, rotándolos "regularmente" y dejándolos descansar en sus jaulas.

Otros han descubierto que las alpacas prefieren que las acaricien en la cabeza y que, si se les toca en la barriga o en los cuartos traseros, escupen. "Aunque nos pasa más a nosotros (los cuidadores) porque las limpiamos, las cepillamos...", reconoce, entre risas.

¿MALTRATO? ¿PELIGRO DE CONTAGIOS?

Preguntado si una cafetería es el mejor sitio para tener alpacas, Xiao Qi explica que "tienen muy buen carácter" y que no siempre están en su corral en la cafetería, sino que las llevan a pasear "como si fueran perros" por las inmediaciones y luego, por las noches, las llevan a un lugar "más grande" para que descansen.

"Todos los animales tienen su licencia", defiende Xiao Qi, que explica que las leyes chinas le permiten mantener todos sus animales -incluso las alpacas- como mascotas, y afirma que nunca ha recibido ninguna crítica directa por su negocio.

La pandemia ha afectado por doble a la cafetería: primero, porque se vio obligada a cerrar entre enero y marzo del año pasado, y solo el gasto en comida ya supone entre 10.000 y 20.000 yuanes cada mes (entre 1.540 y 3.080 dólares, entre 1.290 y 2.580 euros).

Y, segundo, porque la evidencia científica apunta a que el coronavirus SARS-CoV-2 pudo pasar del murciélago a un huésped intermedio -un animal salvaje- y de ahí, a los humanos, entre los que ha provocado estragos desde hace más de un año.

Xiao Qi asegura que en su cafetería no hay peligro, que todos sus animales están sanos y que "si no muerden, no pueden transmitir ningún virus, así que todo va bien".

Pero cuando se trata de animales menos predecibles, la cosa cambia: en otra cafetería shanghainesa, las estrellas son los mapaches. Su dueña, Cheng Chen, de 36 años, explica que todos los clientes reciben instrucciones de seguridad y una especie de delantal protector.

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En su caso, la pandemia supuso una oportunidad para dar un nuevo hogar a un animal: de los ocho que tiene en su establecimiento -entre ellos, un bebé de tres meses-, uno lo compró a un zoo chino que se vio obligado a vender algunas de sus criaturas porque la ausencia de visitantes por la covid-19 esquilmó sus ingresos.

Ella asegura, pese a que ha recibido arañazos más de una vez, que sus mapaches -a los que alimenta con comida para perros- son juguetones, responden a sus nombres y pueden reconocer a las personas debido a su buena memoria: "Son más listos que los perros y los gatos".

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