Intrincada paradoja ensombrece la
máxima que puso Sor Juana en la
voz de su personaje Lidoro, enamorado de Fedra, en la comedia Amor
es más laberinto. Quizás haya que
calzarse al personaje literario para entender que, como enamorado,
dice cosas absurdas.
Quizá Lidoro sabe que se engaña a sí mismo y cuando cree no tener esperanza realmente la sigue
guardando y por eso llega a decir
“hay esperanza que vive / de no tener esperanza”. Parecería que el
ser humano está tan desamparado
que necesita la esperanza y se aferra a ella de manera irracional,
tanto que hace a Sor Juana ponerse sibilina.
El tema de la Esperanza (la mayúscula es dolosa) se encuentra en
muchos lugares de la obra literaria
sorjuanina. Un triste y hermoso
ejemplo aparece en las muy bellas
liras “que expresan sentimientos
de ausente”. Allí la esperanza acarrea dolor y contrariedad, ira:
“aunque me cueste su verdor enojos / regaré mi esperanza con mis
ojos”.
En otro lugar, el sainete primero de palacio, la esperanza es despreciada: “la esperanza / por más
que disimule / siempre es villana”.
Aunque la esperanza se vista de seda villana se queda.
Y donde la esperanza no es alusión circunstancial sino tema principal es en dos sonetos ya no pertenecientes a ninguna obra teatral,
el que comienza “Diuturna enfermedad de la esperanza” y el que
tiene por inicio: “Verde embeleso
de la vida humana”.
En el primero, la esperanza es
una mentira imperecedera, un diuturno, es decir, prolongado engaño; en el segundo, la esperanza es
un recurso estéril, un cultivo infructuoso, “sueño de los despiertos”. Paradójica, contradictoria,
dialéctica, materialista (“solamente lo que toco veo”), Sor Juana dice: “hay esperanza que vive / de no
tener esperanza”.