EDITORIAL

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¿POR QUÉ NOS MATAN?

ERIKA SOTO VILLALOBOS

El término "feminicidio" fue acuñado por la antropóloga mexicana Marcela Lagarde en la década de los 90, para explicar la ola de mujeres asesinadas en Cd. Juárez. En julio del 2012 se tipificó como delito y desde entonces el número de denuncias se supera casi anualmente.

Según datos del Sistema Nacional de Seguridad Publica, en 2022 se presentó por primera vez un ligero descenso al registrar 947 víctimas (en 2021 se presentaron 980): 24 de ellas en el estado de Coahuila y 18 en el de Durango. El informe, que también presenta un listado de los 100 municipios con mayor incidencia, coloca a Torreón en el lugar 30 y a Gómez Palacio en el 31, cada uno con 6 delitos registrados.

A once días del inicio de un nuevo año, la desaparición y hallazgo sin vida de Dayan Favela nos vuelve a sacudir, poniendo de manifiesto no solo el incremento de los feminicidios en la región, sino también la escalada en el nivel de crueldad.

En la búsqueda de explicaciones causales, hay quienes atribuyen los crímenes a individuos anómalos, enfermos o misóginos. Paradójicamente los homicidas son: parejas, exparejas, familiares o conocidos de las víctimas. Entonces ¿Por qué nos matan?

La respuesta no se puede reducir a la dicotomía entre hombres buenos y malos, o atribuir sus acciones a un problema personal o doméstico. La cantidad de asesinatos y el nivel de violencia ejercida no solo contra las mujeres, sino también contra los cuerpos feminizados, demuestra el carácter político de estos crímenes.

La violencia de género y en particular el feminicidio, como máxima expresión de dominio sobre el cuerpo de las mujeres, es un problema estructural que no puede ser analizado de forma aislada; refleja la estructuración jerárquica de los géneros que se articula con otros mecanismos de violencia social, política y económica que colocan a las mujeres en una posición de desventaja y favorecen a la reproducción de este delito.

Un ejemplo claro de este entramado de violencias es la ejercida por el Estado y sus instituciones de seguridad, quienes además de ser incapaces de garantizar la seguridad de las mujeres contribuyen a la impunidad de los casos. A nivel local, se han documentado testimonios de los familiares de las víctimas que revelan el trato indolente, las prácticas revictimizantes y la complicidad patriarcal implícita en procedimientos institucionales como el "Juicio abreviado" que se promueve de manera engañosa e intimidatoria para favorecer la sentencia de los feminicidas.

Otra expresión más visible es la violencia mediática que lucra con el dolor de las familias, difunde información sensible y reproduce imágenes explícitas haciendo de la muerte un espectáculo que va minando la capacidad de asombro.

Éstas y otras formas de violencia estructural, simbólica y encarnada, se articulan para reproducir la desigualdad y garantizar la dominación de unos sobre otros. El futuro de las mujeres es incierto, pero es ahí donde radica la posibilidad de cambiar el rumbo y transformar la realidad antes de que está acabe con nosotr@s.

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Escrito en: violencia, mujeres, nivel, problema

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