EDITORIAL

Necesita México más vedetes

Manuel Rivera

Hace muchos años, en una época en la cual las buenas conciencias debían al menos fingir espanto por la generosa exhibición de cuerpos desnudos que tenía lugar en un teatro regiomontano,con más fama que espectadores, atestigüé el que considero su momento más significativo.

No, ese instante no surgióni en la excelsa ilusión de bonanzacreada por el baño de la Princesa Lea en una gran copa de champán, ni en la posibilidad de viajar con mi imaginaciónhacia el lejano oriente motivado por las coreografías de Norma Lee.Ni siquiera se dio en mis más cálidas y nacionalistas fantasías de juventud,impulsadas por la grandiosa exhibición del arte de manipular deseos con sabor a México, a cargo de Grace Renat.

Para ellas y todas sus compañeras de trabajo,desde la apacibilidad no siempre deseada que trae el tiempo, expreso mi mayor respeto y admiración.

Distintas de quienes cobran sin tener necesariamente que trabajar, gozan de la seguridad pagada por los inseguros y lucran tambiéncon las ilusiones, buen número devedetes del siglo XX siendo pueblo supieron, aun en el éxito profesional,seguir cercanas a este y ajenas alos discursos de redencióncomunes a políticos de todos los tiempos.

Pero, ¿cuál fue ese significativo momento que viví en el Teatro Blanquita?

En ese lugar, que algunas buenas o hipócritas conciencias pudieron marcar como punto de reunión de pecadores con bajo presupuesto, viví una experiencia impactante por la demostración de inteligencia y autocrítica de su público, características que mi conciencia buena, hipócrita o ciega creía que ahí no existían.

Como podrán recordar en lo público o privado algunos lectores, durante un buen tiempo las llamadas previas al inicio del espectáculo eran hechas en vivotras bambalinas, estando a cargo en ese teatro de un joven de mediana estatura, moreno y vestido con camiseta y pantalones de mezclilla que llegaban debajo de sus rodillas, cuya imagen parecía más de un técnico que de un locutor de voz extraordinaria.

Empero, primera lección que me vuelve a dar este recuerdo de mi olvidablevida, es la de observar que, lejos de los dogmas de fe de algunos "gurús" de la comunicación, la grandeza de las personas está en lo que hacen, no en lo que parecen. Este joven era un presentador digno de escenarios mayores, puesla modulación y el tono de su voz me remitían a las históricasgrabaciones de los locutores de la época de oro de la W.

Con ese don vocal demostrado detrás de bastidores,el referido maestro de ceremonias, cuyo nombre nunca supe, dio una noche la tradicional última llamadade forma tan sencilla, como enorme por su efecto:

"Tercera llamada, tercera, distinguido y culto público del Teatro Blanquita… ¡comenzamos!".

La carcajada colectiva fue la mayor que recuerde en ese lugar, muy superior a la surgida encualquier sketch ahí presentado. La ironía que aludía a la distinción y cultura de los presentes, bastó para que riéramos con el desparpajoque solamente podía darse en quienes se reían de sí mismos.

Con esamisma actitud, sabiendo que los políticos no son extraterrestres, sino únicamente personas con oportunidades distintas a las de la mayoría de los ciudadanos, propongo dejar a un lado el enojo, al menos temporalmente, para reconocer el buen manejo de la ironíaque tambiénmuestran algunos personajes de la función pública.

Riamos entonces por la fina ironía de personalidades como Armando Guadiana,aspirante a gobernar Coahuila representando a Morena, quien apuntó que podría dejar de hacer precampaña un día antes dellímite de esta, puesto que contemplaba "sacrificarse" para aprovechar los boletos que le habían regalado para asistir al Super Bowl, pero que estaría en posibilidad de dejar unas botargas "para que sigan jalando".

Cómo no sonreírtambién -por nerviosismo,no por incredulidad- debido al anuncio deJuan Ignacio Barragán, titular de Agua y Drenaje de Monterrey, quien en la misma plana en la que aparecen fotografías de bloqueos en pleno invierno por la falta de agua, declara que no habrá cortes en el suministro, ni siquiera en verano.

Pero, sobre todo, ¿cómo no reír y reconocer de piela oferta del PRIANpara proponer, con la seriedad y agudeza del responsable de las llamadas preventivas del Blanquita, el regreso al pasado?

Es más, ¿habrá una vedete, de las de antes, que se postule para mostrar a todos lo que es el pudor y la seriedad?

Mientras tanto, sigamos riendo de nuestra realidad.

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Escrito en: dejar, buen, personas, público

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