Cultural

El arte de la sastrería

Don Jesús Castro Valdez se ha dedicado a este oficio durante 60 años

SAÚL RODRÍGUEZ

Entre hilos y máquinas de coser, la figura de don Jesús Castro Valdez aparece al interior de una sastrería ubicada en el centro de la ciudad. Vestido con una camisa a cuadros y un pantalón gris que él mismo confeccionó, el sastre comparte unos minutos de su tiempo para narrar anécdotas de los sesenta años que ha entregado a este oficio.   

Don Jesús recuerda que cuando tenía 21 años de edad, después de haber ejercido distintos oficios, regresó de Estados Unidos con el ánimo derrotado. Sin embargo, el destino le tendría preparada una sorpresa en una sastrería de la calle Falcón, donde aprendería el arte de la confección de prendas.    

“Empecé como aprendiz en una sastrería que se llamaba Sastrería Vázquez, en Matamoros y Falcón, en la mera esquina. Allí duré 32 años trabajando”.   

El sastre teje los puntos más importantes de sus inicios y relata que la misma necesidad lo condujo al oficio. En ese entonces no tenía trabajo y gracias a un primo político pudo entrar a laborar a la Sastrería Vázquez. 

“Llegué ahí con ese primo y me empezó a decir que si quería enseñarme. Tenía necesidad y eso fue lo que me hizo enseñarme”.

Los primeros aprendizajes de don Jesús se hilaron en la maestría de una máquina de coser, la cual funcionaba a base de pedales.

El sastre comenta que al principio se le devolvía la banda, pero con la práctica perfeccionó la técnica. Asimismo, aprendió a hacer ojales y a sobrehilar pantalones totalmente a mano.  

“Ya después vinieron otras máquinas que ya sobrehilaban y hacían ojales. Ya con motor avanzaba uno mucho".

“Si alguien quiere ser un buen sastre, lo principal es enseñarse a coser. Luego tendrá que enseñarse a cortar las telas que confeccionarán los pantalones y los sacos".

“Para mí ha sido una bendición el haberme hecho sastre, porque es un trabajo que si le gusta a uno hacerlo, con voluntad, y lo hace bien, le va bien”.  

La sastrería le ha permitido conocer a un sinfín de personas, tantas que cuando se le pide que hable específicamente a un cliente le es imposible elegir a uno.

Para don Jesús, los años de tanto trabajo no han pasado en vano. Si bien el oficio le permitió sacar a sus hijos adelante, darles estudio y formar un patrimonio, también le ha dejado una lesión en el hombro que le impide confeccionar sacos.

“Cuando viene un cliente de muchos años, sí le hago un traje todavía, pero ya me tardo”.  

Y es que las manos de don Jesús son capaces de confeccionar un traje completo en alrededor de una semana. Tras tomar las medidas, don Jesús corta la tela y realiza una prueba con el cliente antes de terminar el traje.

“Ya lo prueba uno, lo marca, lo afina y ya se pone uno a cortar forros y a coser”.

NEGOCIO PROPIO     

Ya instruido y con el oficio arraigado en las fibras más profundas de su ser, don Jesús vio la oportunidad de independizarse cuando la sastrería en la que laboraba cerró. Su virtuosismo en la confección le permitió hacerse de buenos clientes, quienes le confiaban sus prendas y lo siguieron en su nueva aventura.  

“Mi maestro me dijo que iba a cerrar y le dije que estaba bien. Luego me dijo que si quería me fuera con él a su casa para que atendiera un taller que quería poner ahí. Pero no, le dije: “¿Sabe qué? Esto no. Mejor deje me la rifo yo solo, a ver si la hago”. Y desde entonces estoy aquí. 

Desde que emprendió, la rutina de don Jesús ha cambiado poco durante casi 30 años. Si bien antes trabajaba desde las seis de la mañana, ahora lo hace desde las nueve, no sin antes pasar a la calzada Colón para comprar su ejemplar de El Siglo de Torreón, diario del cual es lector desde hace seis décadas. 

“Haber sido, no bueno, pero sí más o menos yo me defendía, y me sigo defendiendo como sastre, me deja la satisfacción de que inclusive con eso pude educar a mis hijos. Fue lo principal. Tengo cinco hijos y todos son buenas personas y trabajadores”. 

Al preguntarle si alguno de sus hijos continuó la tradición de la sastrería, su respuesta fue negativa. La causa, aseguró, fue que él mismo no quería eso para el futuro de su descendencia, por eso se enfocó en darles los mejores estudios. Hoy en día, cuatro de sus hijos son profesionistas: tres son contadores públicos y uno es licenciado en administración de empresas.  

“Mi meta era que estudiaran, porque yo no estudié nada y no podía”.

Para él, la sastrería es un oficio que pocas personas están dispuestas a enseñar, pues muchos de los aprendices hacen perder el tiempo a los maestros y dejan incompleta su instrucción.

“Yo inclusive enseñé a dos personas, pero nomás se enseñaron y se iban. Nunca me trabajaron”.

A pesar de ello, recomienda que quien tenga la ilusión de ser sastre, no limite sus esfuerzos, pues las nuevas herramientas tecnológicas permiten un aprendizaje más adelantado. “Ya no es como antes, ahora es más sencillo enseñarse”.

Tras terminar la entrevista, don Jesús regresa a sus labores. En estos días casi no confecciona prendas, solo realiza composturas como agregar bastillas o angostar los pantalones, por lo que revisa en un diario los encargos que le han hecho sus clientes. 

“Ya no hay mucho trabajo, la mera verdad. Pero uno como ya tiene mucho tiempo en esto... pero no le falta trabajo. Aunque ahorita con la pandemia sí está difícil, pero de todas maneras me sale para mi ganancia”.  

Escrito en: Don Jesús Castro Valdez sastrería Jesús, sastrería, hijos, quería

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