EDITORIAL

¿Regreso a la normalidad o una nueva normalidad con Estados Unidos?

ARTURO SARUKHÁN

"Las naranjas se acomodan solitas", solía sentenciar el embajador Jesús Silva-Herzog -con quien colaboré en la embajada mexicana en Estados Unidos en los años 90- cuando se nos presentaba un reto complejo en la toma de decisiones del gobierno mexicano con respecto a la agenda bilateral. Y de alguna manera, las naranjas efectivamente se han venido reacomodando en las últimas semanas, por lo menos del lado estadounidense, con el arranque de la gestión de Joe Biden, el retorno a un manejo normal de la relación bilateral con México y la primera reunión entre los mandatarios de ambas naciones este lunes.

Lo que no está claro aún es si el presidente mexicano aprovechará o no ese reacomodo. Los acontecimientos de esta última semana -y sobre todo su secuenciación en Washington- iluminan de manera nítida este dilema. Primero, Biden sostuvo su primer encuentro con su homólogo canadiense; figuraron de manera prominente el cambio climático, la economía verde, las energías renovables y la eficiencia energética y ambos líderes hablaron de la necesidad de reactivar la Cumbre Norteamericana para abordar estos temas desde una perspectiva regional. Acto seguido, Biden firmó un decreto presidencial instruyendo que se efectúe un estudio acerca de las cadenas de suministro, sobre todo con respecto a insumos y sectores esenciales y estratégicos. Después, el secretario de Estado Antony Blinken daba la vuelta de tuerca a través de reuniones con sus contrapartes en Canadá y México, precedido esa mañana por declaraciones desde Washington en las cuales se dejaba patente, de manera pulcra pero a la vez meridianamente clara, que la nueva administración vigilará el cumplimiento cabal de los compromisos de México al amparo del TMEC en lo laboral, ambiental y energético.

No se requiere ser Kissinger para entender lo que esto implica para la relación ni tampoco tener clarividencia para percatarse por qué el paradigma de soberanía del cual abreva el presidente López Obrador y con el cual encara al mundo chocará, tarde o temprano, con la manera en la cual la relación con EUA se ha transformado en las últimas dos décadas y media. El presidente persiste en no querer entender que esa división que él concibe entre los temas de política interna y de política exterior con EUA no existe. Desde hace dos décadas y media la profunda transformación de la relación bilateral -y nuestra interdependencia económica, social y estratégica- ha borrado la línea divisoria entre lo interno y lo bilateral. Ya no existen compartimentos estanco separados; los temas de política interna son bilaterales, y viceversa. Pretender lo contrario es no solo querer tapar el sol con un dedo; conlleva problemas de fondo en el manejo de la relación y uno que otro lance de incongruencia.

La Administración Biden ya ha puesto en marcha la relación bilateral con México. La reactivación del Diálogo Económico de Alto Nivel acordada en la reunión virtual entre los dos mandatarios el lunes -y un retorno a privilegiar la reinstitucionalización de la relación vía mecanismos del andamiaje bilateral- es un primer paso en la dirección correcta. Pero una vez que las naranjas se empiecen a reacomodar con este movimiento, como acabe respondiendo a ello López Obrador, determinará en gran medida el rumbo y tono muscular de la relación más importante en el mundo para México durante los próximos cuatro años.

Escrito en: relación, manera, naranjas, política

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