El poeta soñó que había escrito el más bello poema de cuantos en el mundo se han escrito.
El poema trataba de cosas importantes: el pan, el amor, la mujer, Dios.
Cuando salió del sueño el poeta se dio cuenta, desolado, de que no recordaba ya el poema. Ni siquiera de uno de sus versos se acordaba, que quizá le habría ayudado a traer a la memoria los demás. El poema se había ido a la región a donde escapan los poemas que no quieren que nadie los escriba.
Volvía a dormir el poeta en la esperanza de volver a soñar. Y soñaba, sí. Soñaba cielos e infiernos, amigos muertos, paisajes nunca vistos. Pero el poema no lo volvía a soñar.
Así sigue el poeta. Soñando sin poder soñar. Por eso vive sin poder vivir. Morirá un día. Todos los hombres mueren, sean o no poetas. Ignoro si después de la muerte encontrará el poema. Me han dicho que en la muerte se hallan cosas que en la vida no se pueden encontrar.
¡Hasta mañana!...