EDITORIAL

De Política y Cosas Peores

ARMANDO CAMORRA

“Sé que tuvo usted una relación carnal con mi esposa. Lo espero mañana a las 19 horas en el Bar Ahúnda a fin de dirimir el asunto”. Ese mensaje le envió don Cucoldo a un sujeto apellidado Pitorraudo. Recibió la siguiente respuesta: “Agradezco el envío de su atenta circular. Con mucho gusto asistiré a la convención”. Sor Bette, directora del Colegio de las Damas, exhortaba en un retiro espiritual a sus alumnas a conservar sin mancha su pureza. Para tal fin insinuó en modo subliminal la amenaza del infierno. Les advirtió: “No se hagan merecedoras a una eternidad de castigo por una hora de placer”. Dulciflor, una de las chicas, se inclinó hacia su compañera de asiento y le dijo: “Tiene razón la reverenda madre. Por eso yo le paro al llegar a los 50 minutos”. Don Martiriano veía las notas sociales del periódico local. Le comentó a su mujer, doña Jodoncia: “No me explico por qué los hombres más pendejos se casan con las mujeres más hermosas”. “¡Ah! -exclamó doña Jodoncia con inusual acento de emoción-. ¡Es el piropo más lindo que me has dicho desde que nos casamos!”. “¡De ninguna manera! protestó, vehemente, Mrs. Edison-. ¡Con la luz apagada, como siempre!”. “Pero, mujer -opuso el genial inventor-. ¿Para qué crees que inventé el foco?”. Una musa de la noche ofrecía sus servicios en una esquina. El joven Impecunio le preguntó el monto de su arancel, tarifa u honorarios. Le informó la mujer: “Son 2 mil pesos, y tú pagas el cuarto”. Impecunio suspiró resignado: “Ni modo. Otra vez tendré que recurrir al sistema ‘Do it yourself ’”. Doña Pompona acudió a una consulta médica. Después de los exámenes correspondientes diagnosticó el facultativo: “Tiene usted inflamadas las meninges”. “No, doctor -lo corrigió doña Pompona-. Así se me ven cuando estoy sentada”. El marido echó mano a todo su valor y le anunció a su esposa: “Voy a ir a una reunión con mis amigos, y no regresaré sino hasta las 2 de la mañana”. Le contestó la mujer. “¿Puedo estar segura de eso?”. El recién casado se veía exhausto, feble, exánime, laso, exinanido y agotado. Su mamá se preocupó, y quiso saber la causa de aquel abatimiento. Explicó el lacerado con voz débil: “Es que Avidia -tal era el nombre de su esposame pide que hagamos el amor todos los días”. “Exagera -intervino la joven desposada-. Nada más los días cuyos nombres terminan en S o en O”. No faltará a la buena educación ni a la caridad cristiana quien diga que Picio era muy feo. Lo fue desde su nacimiento. Cuando vino al mundo el médico que lo recibió trató de consolar a la atribulada madre del feúcho niño. Le dijo: “No es que su hijito sea feo, señora. Lo que sucede es que nació en el planeta equivocado”. Conforme pasó el tiempo la fealdad del pobre Picio se acentuó. Los espejos en que se quería mirar se volteaban para el otro lado. Cierto día le contó a un amigo: “Anoche le propuse matrimonio a Loretela”. Preguntó el amigo: “¿Y qué te dijo? ¿Sí o no?”. Respondió contristado el infeliz: “No dijo ni sí ni no. Dijo: ‘¡Guácala!’”. Daisy Mae, bella muchacha que vivía en Picadillo (se pronuncia ‘Picadilo’), lejano pueblo del Salvaje Oeste, narró la dramática aventura que le tocó vivir. “Salí a caminar al campo, y me asaltaron unos bandoleros. Me robaron todo lo que traía, incluso mi ropa, y me dejaron ahí completamente desnuda. Afortunadamente pasó un piel roja y me trajo al pueblo en ancas de su caballo. Para no caerme me agarré de la parte delantera de su silla de montar”. Alguien que escuchaba el relato hizo una aclaración: “Los pieles rojas no usan silla de montar”. (No le entendí). Un voto por Morena es un voto contra México. FIN.

Escrito en: columnas editoriales doña, usted, amigo:, veía

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